viernes, 4 de febrero de 2011

La memoria recobrada Malaga 1937, la carretera de la muerte

Los Carniceros de Málaga (Febrero de 1937)


Hubo cientos de carniceros en aquellos años. El conocido como Carnicerito de Málaga no fue sólo aquel canalla llamado Carlos Arias Navarro



Vaya por delante que el titular elegido para este artículo no alude a esos honrados profesionales, sino para denunciar una vez más la miseria moral de quienes, como el monarca actual, se niegan a condenar las masacres que la rebelión fascista de 1936, comandada por un genocida, cuya dictadura causó la muerte por ejecución, tortura, hambre o garrote vil, de cientos de miles de ciudadanos, fieles a la legalidad vigente en aquellos años, cuando la República y la libertad se palpaban en todas las comunidades.



En estos días de febrero se cumple un aniversario más del asesinato a sangre fría de miles de hombres, mujeres y niños, cuando huían de Málaga hacia Almería, escapando de la represión habitual ejercida por los amotinados de una buena parte del ejército español, en la que destacaban los generales y jefes procedentes de la nobleza (nunca peor dicho) nacional, la alta sociedad (suciedad, sería más cabal) y demás hordas fieles a ese espíritu tan cristiano, que consistía en desollar o descuartizar comunistas, raptar niños para entregárselos a las familias ricas sin hijos e ir a misa todos los domingos.



El documental titulado Málaga,1937: La Carretera de la Muerte*, con guión y dirección de Juan Madrid*, que el propio autor realizó y presentó en 2006 ante la TV cubana, cuenta la dramática historia (tanto como decenas de casos similares habidos en aquellos tres años de venganza y delirio sangriento) de la  toma de Málaga, así como la retirada de una gran parte de la población civil por la carretera de la costa, hacia Almería.



Animo a las jóvenes generaciones para que vean las estremecedoras imágenes del bombardeo que sufrieron aquellas personas, por parte de las tropas franquistas, alemanas e italianas, así como la terrible situación en el interior de la ciudad y el éxodo hacia Almería de una muchedumbre enloquecida de pavor. Es cierto que no existe una cifra exacta del número de desplazados, pero los testimonios recogidos por algunos supervivientes indican que podría alcanzar la de cien mil. Esa columna, de varios kilómetros, fue bombardeada salvajemente desde el aire por la aviación de Hitler y Mussolini,   y desde el mar por la armada de Franco.



Uno de los personajes clave en el salvamento de cientos de vidas, fue el médico canadiense Norman Bethune*, adscrito a las Brigadas Internacionales, quien en un alarde de ingenio profesional improvisó un quirófano móvil, con plasma refrigerado, montado en una ambulancia, que sirvió para hacer trasfusiones en las cercanías del frente. Con ese vehículo llegó a Almería y desde allí, cuando supo de la caía de Málaga, puso rumbo a la ciudad, para ayudar a esos miles de refugiados que abarrotaban la carretera. Desde aquel momento no dejó de hacer continuos viajes para,   sin descanso ni reposo, transportar, intervenir y curar de sus terribles heridas a decenas de personas con el cuerpo destrozado.



Los horrores de estos hechos (la muerte, el hambre, el cansancio, el miedo, la angustia y la desesperación de los malagueños) quedaron reflejados en el inquietante relato, El crimen de la carretera Málaga-Almería*, que escribió el propio Bethune, ilustrado con veintiséis fotografías de su colaborador Hazen Sise. (Me he tomado la libertad de recoger unos pasajes del relato, justo al final del artículo, con el objeto de que los más jóvenes tengan acceso a ese singular testimonio, hurtado a una inmensa mayoría de ciudadanos que aún confían en este régimen, cuya monarquía jamás ha condenado aquella barbarie)



Hago mío el mensaje que me llega procedente de El Foro por la Memoria Histórica, de Málaga, que como todos los años quiere homenajear a los ciudadanos que intentaron escapar de la muerte segura. Una huida improvisada que fue trampa mortal para miles de inocentes, que caían en el asfalto ametrallados por los rebeldes españoles y los soldados del ejército alemán e italiano, mientras los cruceros Canarias, Baleares y Cervera, bombardeaban a la inmensa caravana que discurría por aquel camino, al filo de la costa, con acantilados que impedían la huida hacia el mar y las playas.



Casi quince mil personas murieron asesinadas, en tanto una cifra parecida desistió y regresó a sus lugares de origen, entregándose a las fuerzas opresoras, pensando que al no haber cometido delito alguno, nada tenían que temer. La realidad fue muy distinta, ya que la mayoría fueron procesados en juicios sumarísimos y condenados a penas que iban de la ejecución inmediata, a las de prisión con más de veinte años de cárcel. Desde 1937 hasta 1957, los fusilamientos que hubo en Málaga fueron incontables.



Estos días se cumplen 74 años de aquellos infames hechos, pero el sarcasmo histórico es que aún no se sabe sino una pequeña parte de la verdad. La sociedad en su conjunto debe conocer lo ocurrido, como prueba de este bestial genocidio contra la población civil, cometido en nombre de un régimen, de un criminal, al que el Rey de España se niega a condenar.



Hubo cientos de carniceros en aquellos años. El conocido como Carnicerito de Málaga no fue sólo aquel canalla llamado Carlos Arias Navarro (que sigue siendo Grande de España, y al que se dedicó un parque que lleva su nombre en Madrid), sino todos y cada uno de los mandos, civiles y militares, responsables de la masacre que recoge el documental de Juan Madrid.



Qué sarcasmo constatar que este régimen, que se dice democrático, exija que para que un partido político sea legalizado, deba condenar previamente la violencia de ETA. La otra cara de la moneda es comprobar que se mantengan intactos miles de símbolos franquistas, haciendo así apología de aquel terrorismo infame, callando ante hechos como los hoy se recuerdan en Málaga y Almería. O
condenamos

 

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