lunes, 14 de agosto de 2017

El caso de Julius Lederer (y del agua que bebemos)

 Julius Lederer




Esta es la historia de Julius Lederer. Había nacido en Bornheim, Alemania, en 1980 y llegó a España, a A Coruña, en 2006. Estaba en contacto con su familia en Alemania y le pasaban una pensión pero pronto comenzó a vivir en la calle, siempre con su mochila y bien vestido. Poco a poco lo perdió todo, la mochila y la ropa y se cubría solo con una manta y unas bolsas de basura.


 Su olor era espantoso, pedía en la calle y, con el dinero que obtenía, compraba comida en los supermercados. 


Era tranquilo, pacífico y poco hablador; no quería tratos con nadie. Años más tarde, en 2011, y tras pasar por varios pueblos y ciudades de A Coruña y de la costa de Lugo, fue ingresado por orden judicial en el Área de Psiquiatría del Hospital de Lugo. A pesar del tratamiento, a los dos meses y con solo 31 años, murió.


No hay constancia oficial pero parece que falleció de potomanía, es decir, de consumo excesivo de agua. Los que le conocían de su vida en la calle no habían notado que bebiese agua en exceso. Sus familiares declararon que odiaba los fármacos y creen que, para eliminar de su organismo la medicación que le administraban en el hospital, bebía hasta diez litros de agua al día. Con tanta agua quizá eliminó los medicamentos pero también diluyó su medio interno, quizá provocó hiponatremia, o sea, un concentración en sangre de sodio demasiado baja, y esa fue la causa de su muerte.


Para conocer más la historia de Julius les recomiendo el documental “El mundo tras Julius”.




*


Pasemos ahora a la bibliografía científica sobre el consumo de agua. Hay que beber ocho vasos de agua al día. Esta es la recomendación que aparece todos los años en cuanto arrecia el calor. Dicen que es bueno o, más bien, indispensable para nuestra salud. Y, sin embargo, es un mito de esos tan habituales que tardan mucho tiempo, y mucha tinta, en desaparecer. O que parece no desaparecer nunca. Nos cuenta Aaron Carroll, de la Universidad de Indiana en Indianápolis, en un artículo en el British Medical Journal y en el diario El País, que todo comenzó en 1945 en una publicación del Consejo de Alimentación y Nutrición de Estados Unidos. Allí se decía que


Water. A suitable allowance of water for adults is 2.5 liters daily in most instances. An ordinary standard for diverse persons is one milliliter for each calorie of food. Most of this quantity is contained in prepared foods… Water should be allowed ad libitum, since sensations of thirst usually serve as adequated guides to intake except for infants and sick persons.”


Por tanto, “las personas necesitan unos 2.5 litros de agua al día”. Pero a la cita nunca se le añade el párrafo que seguía y que precisaba que “la mayor parte de esta cantidad está en los alimentos”.





 O sea, que no hay que traducir los 2.5 litros de agua en ocho vasos de unos 250 mililitros puesto que ya tomamos el líquido necesario con los alimentos. Beba cuando tenga sed, pero no exceso pues, como veremos ahora, demasiada agua es peligrosa. En fin, beba con sed y deje de beber cuando se le quite la sed.


El control de la sed viene del mecanismo que la evolución ha seleccionado para controlar el volumen de los fluidos internos y, sobre todo, de la concentración de iones y, más en concreto, del sodio. Si hay poco sodio se provoca la hiponatremia, y pueden aparecer síntomas como letargia, náuseas, convulsiones e, incluso, el coma y la muerte.


En febrero de 2015 se reunieron en Carlsbad, California, un grupo de 17 expertos en hiponatremia provocada por la toma excesiva de agua, sobre todo por la sed provocada por un intenso ejercicio físico. Entre los participantes en carreras de fondo, sea atletismo o ciclismo, la pérdida de fluidos provoca sed y, habitualmente, se toma mucho agua, casi siempre con iones, para reponer líquidos y iones. 




Pero se debe controlar la cantidad del líquido ingerido pues es frecuente que, al final de estas carreras, puede ocurrir que la mitad de los participantes presenten síntomas de hiponatremia por toma excesiva de agua. 


Así, los expertos recomiendan que, en carreras largas, los espacios habilitados para proporcionar líquidos a los atletas queden lo suficientemente espaciados como para evitar el consumo excesivo de agua.


Sin embargo, como cuentan Pascal Saker y sus colegas, de la Universidad de Melbourne, no conocemos con exactitud el mecanismo de ajuste entre la desaparición de la sed después de haber bebido y la cantidad de agua ingerida. En algún momento, al beber, la sed es reemplazada por la saciedad y, entonces, se deja de beber. 


Incluso se ha medido que el líquido que se toma se ajusta a la cantidad perdida que ha provocado la sed. Pero, repito, no se conoce el mecanismo que hace que nos sintamos saciados y ya no tengamos sed.


La sed la provocan señales de deshidratación en las células, los cambios en las concentraciones de diversas moléculas en la sangre y la pérdida de líquidos en el exterior de las células. Son varios mecanismos que, a su vez, provocan el funcionamiento de un sistema de hormonas con renina y angiotensina que controla la cantidad de fluidos corporales. 


Así se provoca la sed y es un mecanismos relativamente conocido y, por el contrario y como ya he mencionado, el proceso por el que desaparece la sed no lo es tanto. Parece que se relaciona con la sensación de sequedad en la boca y con los cambios que provoca en esa sensación el beber agua. 


Para estudiar si hay otros mecanismos, el grupo de Pascal Saker obtiene imágenes de resonancia del cerebro de voluntarios con sensación de sed cuando beben agua.


Las áreas del cerebro que se activan tienen que ver con la inhibición del proceso de tragar y con los músculos de la boca y la faringe que actúan para tragar. Trabajan con 20 voluntarios, con 7 mujeres, una edad media de 30 años y un rango de 25 a 45 años.


 Los investigadores provocan la sed en los voluntarios con una hora de ejercicio físico intenso en bicicleta estática y, después, se auto puntúan la sed que sienten de 0 a 10. A continuación, beben agua y se les hace la resonancia del cerebro.


La inhibición de tragar activa la corteza motora, la corteza prefrontal, la zona parietal posterior y el tálamo. Sobre todo se activa la corteza prefrontal del hemisferio derecho. Y cuando se bebe en exceso, por encima de la sensación de sed, la respuesta cerebral para inhibir el tragar es tres veces más fuerte que la respuesta habitual. 


El cerebro avisa de que tanto líquido no es necesario y que hasta puede ser un riesgo.




En conclusión, cuando se tiene sed y se bebe agua para quitar esa sensación incómoda, una de las primeras respuestas es inhibir la acción de tragar con lo que, en consecuencia, se deja de beber. Esta acción se localiza con más potencia en la corteza prefrontal del hemisferio derecho. Así se evita la toma excesiva de líquido que puede provocar la potomanía y la hiponatremia.


Y, ahora, veamos cómo, a menudo, cuesta tiempo y energía conseguir agua para aplacar la sed. A pesar de los progresos de las últimas décadas para conseguir el acceso de la población al agua potable, todavía 4000 millones de personas, más o menos dos tercios de la población mundial, sufren escasez de agua. En 2015 se estimó que más de 600 millones seguían sin disponer de agua limpia.


 Muchos hogares con acceso al agua deben ir a buscarla al pozo, la fuente, el río o cualquier otro lugar que proporcione agua potable o, por lo menos, que se pueda considerar más o menos limpia. Para aceptar que existe un acceso básico al agua, Jay Graham y su grupo, de la Universidad George Washington, en Estados Unidos, proponen que la condición es que se pueda ir a por agua y volver con ella al hogar en menos de media hora.


 Pero, añaden, muchos hogares necesitan dedicar más tiempo a buscar agua. Lo analizan en 24 países africanos del sur del Sáhara y estudian cómo se organizan en el hogar para traer el agua. Toman los datos de varias encuestas internacionales hechas sobre el terreno en los años 2005 y 2012.


En todos los países analizados, son mayoría las mujeres adultas que tiene que ir a por el agua para el hogar, con el mínimo en Liberia con el 46% de las mujeres y el máximo en Costa de Marfil con el 90%. Detrás se sitúan las niñas que, también en todos los países, superan a los niños, con una media del 62% para las niñas y el 38% para los niños. 


Hay seis países en que son los niños y niñas los que van a por el agua más que los adultos: Burundi, Camerún, Etiopía, Mozambique, Níger y Nigeria.


La escasez de agua en el hogar, la dificultad para conseguirla y la distancia a recorrer provocan inseguridad y estrés. Lo han medido Edward Stevenson y su grupo, del Colegio Universitario de Londres, en tres aldeas de Etiopía en las que una ONG ha construido aljibes para almacenar agua en la estación de lluvias y poder utilizarla en la estación seca. El estudio se hizo en marzo y abril de 2013 y de 2014. Otras tres aldeas cercanas, sin aljibes construidos, sirvieron como control.


Los resultados demuestran que el estrés en las mujeres, las encargadas de buscar el agua, es la mitad si disponen de agua en los aljibes respecto a las mujeres de las aldeas sin aljibes. Además, aumenta la cosecha y su calidad, otro posible factor estresante para estas mujeres, pues da seguridad tener alimentos para la familia e, incluso, la calidad y cantidad de la cosecha mejora su estatus socioeconómico.


En muchos países con dificultades para tener agua para el hogar, como hemos visto, son las mujeres las encargadas de conseguirla y su lucha para mejorar esa disponibilidad viene de hace tiempo. Por ejemplo, en 1991 Brinda Rao, de la Universidad de California en Santa Cruz, publicó un resumen de lo que había ocurrido en Maharashtra, en la India.


Cuenta que años antes, en 1972, un miembro del gobierno declaró que los 230000 pueblos del país sin agua potable ya la tendrían si fueran los hombres los encargados de llevarla a casa. En la India, como en África, el agua para el hogar es “cosa de mujeres”. Así es, y sobre todo en las zonas rurales, agua y mujeres son asuntos relacionados.




 Es en el norte de África, pero está muy bien contado en la película “La fuente de las mujeres”.Merece la pena verla.


Lo habitual es que las mujeres, de media, dediquen de tres a cinco horas al día para acarrear agua hasta el hogar aunque, además, y con las estadísticas de aquellos años, las mujeres hagan el 46% de todo el trabajo de la unidad familiar rural. Aunque, y es costumbre habitual, todo ello es el trabajo invisible de las mujeres. No se refleja en las estadísticas oficiales y, por tanto, es un problema sin visibilidad y no existe y, en consecuencia, no necesita soluciones.


En aquellas décadas de los setenta y ochenta, las soluciones no tenían en cuenta a las mujeres. La experiencia más innovadora en relación con el abastecimiento de agua fue la creación de cooperativas que se encargaban de su suministro y distribución. En la dirección de estas cooperativas había un consejo con un representante por cada hogar que era, por supuesto, un hombre.


 A pesar de esta falta de participación de las mujeres, Brinda Rao explica que en las aldeas con cooperativa, las mujeres se veían liberadas, en gran parte, del acarreo del agua hasta el hogar, lo que implica más tiempo para otras cosas, más seguridad, menos estrés y menos subordinación a las labores diarias.



 Eduardo Anguloculturacientifica.com | 13/08/2017




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