Norman
Finkelstein es efectivamente un radical, un radical americano, como
dice el título del documental, y por ello precisamente ha tenido que
pagar un alto precio. Su radical compromiso con los palestinos y con la denuncia de la explotación del Holocausto judío
le ha agenciado muchos enemigos en un país como EEUU (en donde el peso
de Israel y la comunidad sionista estadounidense es muy fuerte).
El documental analiza su trayectoria de polémicas y enfrentamientos,
su tenacidad y el ostracismo profesional que todo ello le supuso. Pero
la narración deja al descubierto un problema personal algo más profundo.
Ni sus virtudes como infatigable erudito, ni los desencantos propios de
aspiraciones idealistas, pueden dar respuesta a su triste semblante.
Quizás haya otro factor, algo más íntimo, que los directores de este
documental han sabido mostrar probablemente casi sin buscarlo.
*
Para Norman Finkelstein estar del lado correcto no es suficiente, los principios y los valores más loables deben traducirse en una acción política extenuante. Amigos y familiares le reprochan no saber cuándo retirarse a tiempo, no reconocer que tiene enemigos mucho más fuertes que él... ¿Por qué librar una batalla que no se puede ganar?
Es
precisamente entonces cuando empezamos a vislumbrar una certidumbre
poco común en los pensadores modernos: para él está claro que ser
coherente con la injusticia exige cierta radicalidad, aunque te hundas
en el intento. Es casi una inmolación simbólica, que le obliga a cierta
autodestrucción aunque nadie se lo exija. Mirar hacia otro lado no es
una opción para el profesor de ciencia política.
Norman
Finkelstein pone toda la carne en el asador, con toda la bilis y
mordacidad de la que es capaz, y se compromete hasta el final. En ese
sentido, es efectivamente un radical, un radical de la honradez
intelectual. Esa potencia moral desaforada se palpa en el documental. No
hace falta tener una opinión formada sobre el asunto israelo-palestino.
Esto nos hace preguntarnos, tanto a admiradores como detractores, si Norman Finkelstein no va demasiado lejos en algunas ocasiones. Entre la admiración y la vergüenza, el exigente reflejo de Finkelstein en su espejo, nos achica. Con su brutal y transparente ejemplo, nos fuerza a cuestionarnos nuestra condescendencia al tratar con displicencia asuntos que merecen una mayor seriedad y compromiso.
Esto nos hace preguntarnos, tanto a admiradores como detractores, si Norman Finkelstein no va demasiado lejos en algunas ocasiones. Entre la admiración y la vergüenza, el exigente reflejo de Finkelstein en su espejo, nos achica. Con su brutal y transparente ejemplo, nos fuerza a cuestionarnos nuestra condescendencia al tratar con displicencia asuntos que merecen una mayor seriedad y compromiso.
Personalmente
no me seducen las máximas reduccionistas. Hay muchos matices, muchos
puntos de vista, y muchas razones por escuchar del otro. Pero en un
mundo tan radicalmente injusto, quizás habría que dejarse de tanto
circunloquio y declarar que el mundo necesita un cambio igualmente
radical.
Eso no significa desconocer o ningunear nada, ni los defectos de los nuestros ni las virtudes de los demás, pero quizás hay momentos en los que como dice Finkelstein: "ser radical depende de qué ojos eliges para ver el mundo a traves de ellos."
Eso no significa desconocer o ningunear nada, ni los defectos de los nuestros ni las virtudes de los demás, pero quizás hay momentos en los que como dice Finkelstein: "ser radical depende de qué ojos eliges para ver el mundo a traves de ellos."
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